Jorge F. Hernández

True Friendship

Jorge F. Hernández

True Friendship

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Para Diego García Elío

 

You may still think true friendship is a lie. But then, you’ve never met Bill Burton repetía con frecuencia Samuel Weinstein. De hecho, la frase podría considerarse su rúbrica. La soltaba al justificarse ante su esposa por algún olvido y ante los compañeros de oficina la utilizó más de una vez como excusa ante cualquier descuido. De hecho, Weinstein empezó a glorificar su amistad incondicional con Burton desde los tiempos en que aún vivía con sus padres, cuando era soltero y apenas cursaba el High School. Su hermana Rachel siempre dudó de la sinceridad de su declaración y consta que fue la única que llegó a cuestionar la existencia misma de Burton; para ella, la supuesta fidelidad de su hermano Sam al desconocido Bill Burton no era más que una ingenua –y rápidamente trillada—artimaña para evadir cualquier responsabilidad. Que si Samuel llegaba tarde a la mesa para cenar, que si decidía faltar a la sinagoga, que si no estaba libre algún sábado por la mañana… todo se explicaba por vía de Bill: que lo había invitado a un juego de béisbol y no calcularon el tiempo, que siendo sábado habían decidido estudiar para un examen concentrados en todo menos en recordar que Sam se había comprometido a lavar el coche o pasar por un mandado o también que fue Bill Burton quien le pidió –aun a costa de faltar a sinagoga—que lo acompañase a New Jersey para cobrar un dinero que le debían a su madre.

En realidad, la vida de Sam Weinstein no tiene ningún viso de anormalidad y su biografía –plain and simple—transcurre estrictamente dentro de lo convencional, salvo las muchas y repetidas ocasiones en que aludía a Bill Burton y las veces en que se enredaba justificando la muy notable ausencia constante de su entrañable amigo, siempre apelando a su rúbrica de que “podrás pensar que la amistad verdadera es una mentira, pero bueno, es que no conoces a Bill Burton”. Samuel Weinstein nació en Nueva York, en octubre de 1926, en el seno de una familia judía, segunda generación de emigrados lituanos y albaneses, cuya pequeña fortuna se debía más al esfuerzo tenaz y compartido de sus padres que a la cómoda herencia o el abuso fiduciario que tanta seguridad económica le brindó a muchos conocidos de la familia. Sam era el primogénito de Baruj Weinstein y Sarah Elbasan, ambos sobrevivientes del paso de entrada por Ellis Island por donde llegaron sus respectivas familias casi al mismo tiempo, aunque según unas viejas fotografías en sepia, Sarah venía en brazos de su madre, mientras que Baruj bajó andando del barco.

Algún psicoanalista podría intentar explicar la exagerada filiación de Samuel Weinstein por su amigo invisible en el hecho traumático que marcó su vida a la temprana edad de cuatro años. Sam se perdió entre cajones de verduras y desperdicios de pescado allá en los oscuros y sórdidos callejones del Bowery en la punta de Manhattan, habiéndose soltado de la mano de su madre apenas durante unos segundos. Los suficientes para que la robusta albanesa gritase lamentos a voz en cuello que rápidamente atrajeron la improvisación de un escuadrón de rescate: cuatro judíos ortodoxos, seis cargadores chinos, una panda de estibadores irlandeses, tres alemanes semi-embriagados y algunos policías de uniforme a la Keystone Cops se entregaron a la tarea de peinar cada metro inmundo de la zona, hasta que finalmente una costurerita polaca encontró al niño Sam Weinstein, acurrucado entre botes de basura, susurrando lo que parecía una canción de cuna a los andrajos desmantelados de lo que pudo haber sido en algún momento un oso de peluche.

A los cinco años llegó a la familia su pequeña hermana Rachel, que sería para él foco de adoración y objeto de absoluto cariño hasta que Sam se halló ya bien entrado en sus años mozos. De hecho, coincide su adolescencia con las primeras ocasiones en que llegó a casa mentando hazañas y compartiendo maravillas de Bill Burton, a true friend and that’s no lie.  Consta que desde el principio de su obsesión tanto la madre de Sam como su padre y más de un familiar le sugirieron que invitase a Bill Burton a casa, que no se avergonzara de sus raíces ni de su credo, pero por una u otra razón nunca se daba la oportunidad o la ocasión para que Weinstein lo presentara entre los suyos.

Conforme avanza la vida de Weinstein se acumulan, aunque sabemos que no con exagerada frecuencia, los episodios de Burton. Sus padres, hermana y demás familiares llegaban incluso a saber como ciertas las anécdotas que ampliaban el aura de Bill y en más de una ocasión –quizá luego de un letargo sin rúbricas de por medio—ellos mismos inquirían o insistían en saber por dónde andaba Burton, que si Sam no traía alguna buena nueva o si planeaba algún pretexto para invitarlo a cenar con ellos. Durante el verano inmediatamente anterior a su ingreso en la Universidad de Wesleyan (donde, but of course, también se había inscrito su incondicional Burton) Samuel prefirió faltar a las vacaciones en la playa con toda su familia, argumentando que Bill lo había invitado a una cabaña con todo el clan Burton en las montañas de Vermont. En este punto, la historia que intento narrar aquí cobra un giro trascendental, pues Sam volvió de esa estancia no solamente cargado con más hazañas a presumir de su amigo, sino también con una fotografía donde aparecen ambos sonrientes al pie de un hermoso lago que parece pintado al óleo.

Por la fotografía, que pasó de mano en mano con avidez y curiosidad de todos los miembros de la familia Weinstein, podemos afirmar que Bill Burton era un norteamericano prototipo y digno de cinematografía: alto como de dos metros (muy por encima de la digamos chata estatura de Sam), con una cabellera rubia que le cubría la perfección de sus facciones, el enigma de sus ojos claros y la medida sonrisa que apenas revelaba una envidiable dentadura perfectamente alineada. Aunque Bill aparece enfundado en un jersey con una inmensa letra W cosida al frente, todos los que hemos visto la fotografía podemos afirmar que se trata de un atleta, orgulloso de su tórax y condecorado por dignas musculaturas en ambos brazos. Según Weinstein, aquellos días en Vermont habían significado para él las mejores vacaciones de su vida: que si la familia de Bill era no sólo millonaria en bienes raíces, sino afortunada y pródiga en hospitalidad y afecto; que si la hermana mayor de Bill era de una belleza indescriptible y que, además, había invitado a su mejor amiga –una tal Jane Scheller—que había logrado más que enamorar, embelesar a Bill Burton. Weinstein confió a su padre y los hombres de su familia –una vez que las mujeres se habían entretenido en la cocina—que con sólo haber sido testigo de las formas y maneras con las que Burton había logrado cortejar a Jane Scheller, allá en el paisaje de Vermont, él también podría sentirse ya preparado para hacerse de una novia.

Sabemos que se tardó, pues no fue sino hasta su tercer año en Wesleyan University que Samuel Weinstein volvió a su hogar de Manhattan con la noticia (y fotografías que lo confirmaban) de su noviazgo, y mejor aún, profundo enamoramiento con Nancy Lubisch, que a la larga se convertiría en su esposa. Apenas dos meses después de haberla mostrado en fotografía, Weinstein presentó en persona, en vivo y a todo color, a Nancy con todo el clan Weinstein y sobra mencionar que el comentario que más risas provocó en la sobremesa fue el que brotó cuando Rachel, con toda la sorna de su mirada profunda, preguntó con tono de clara envidia que si Nancy estudiaba también en Wesleyan, “pues seguramente tú sí que tienes el honor de conocer al famosísimo Bill Burton”. Nancy perpleja, quizá por no conocer los muchos antecedentes, contestó entre risas que “the most funniest thing” es que cada vez que vamos al dormitorio donde vive Bill o cada vez que Sam queda en que salgamos los tres juntos –o los cuatro, cuando Bill ha andado de novio—siempre se nos cruza algo o alguien, y en los diez meses que llevo con Sam nunca se me ha dado conocerlo en persona. Dijo que había visto fotografías de él apostadas afuera de la cafetería y una breve entrevista que apareció publicada en el periódico de la Facultad, a raíz de un ensayo sobre economía con el que Burton había logrado aumentar su leyenda. But I’m almost about to say that sometimes I feel Sam’s talking about a ghost.

Cuando el clan Weinstein subió en tren a Connecticut, hasta las puertas mismas de Wesleyan University, para atestiguar a mucha honra la graduación de Samuel, se toparon con la mala, muy mala noticia, de que el padre de Bill Burton había fallecido el día anterior y se podría afirmar que todos –el viejo Baruj, la robusta y albanesa Sarah e incluso la incrédula Rachel—habían sentido verdadera tristeza por su pérdida, aunque su congoja se fincaba al encontrarse una vez más sin la anhelada posibilidad de conocer en persona a Bill Burton. Pero aquí, otro dato notable: consta que durante la entrega de diplomas, el rector de la universidad leyó en voz alta el nombre de William Jefferson Burton y que entre las sillas de los graduados hubo un lugar vacío, al lado de Sam Weinstein, donde los estudiantes habían tenido a bien colocar la toga y el birrete del ausente. Consta también que en los poco más de doscientos años que llevaba de haberse fundado la distinguida Wesleyan University jamás se había visto un homenaje de tamaña solidaridad con ninguno de sus muchos notables graduados. Incluso, dicen que fue Weinstein, junto con no pocos compañeros de devoción, quien propuso ondear a media asta los colores rojo-negro-blanco del Alma Mater en señal de luto.

Ahora bien, moving right along, ¿qué vida se le planteaba a Samuel Weinstein, recién graduado, al arrancar el verano de 1941? Easy…easy, además de obvio: pronto anunció su compromiso formal con Nancy, ingresó como asistente del editor en una nada desdeñable revista literaria de Manhattan (donde llegaría a jubilarse veinte años después) y proseguir en su ya muy conocida rúbrica de que You may still think true friendship is a lie. But then, you’ve never met Bill Burton.

En las pocas, pero significativas ocasiones en que llegó tarde a la redacción de la revista, Sam justificaba sus errores ante el jefe Smithers con referencias a Bill Burton. Que si le había llamado desde Grand Central Station, con apenas el tiempo suficiente como para invitarle un trago en el Oyster Bar, pues salía en el primer tren a Philadelphia con negocios trascendentales que involucraban a los Rockefeller; que si se lo había encontrado en la esquina de Lexington y la 51, sin poderlo desviar de su trayecto, pero tampoco sin poder dejar de acompañarlo. Digamos lo mismo, or better yet, digamos que lo mismo sucedía en casa: Nancy llegó a hartarse de que Sam no llegara a cenar, hablando desde un teléfono público para avisarle que allí mismo estaba Bill y que no podían desperdiciar la oportunidad de una damn good night out on the town. Cualquiera diría que Nancy ya debía estar acostumbrada –tal como su robusta suegra albanesa o como sucedió con el viejo Baruj Weinstein, quien murió tranquilamente en su cama, rodeado de los suyos más íntimos, aunque sin dejar de mencionar que se iba de este mundo sin haber conocido al mejor amigo de su hijo—y más, pues me faltó mencionar que el día de la boda de Nancy y Samuel, donde parecía infalible la presencia de Bill Burton ya que iba como Best Man de su amigo incondicional, no sólo se tuvo que retrasar la ceremonia por más de cuarenta minutos, sino que además nunca llegó el anhelado fantasma, amigo de su ahora marido, pues se presentó a las puertas del templo un bombero uniformado con casco y botas para informar en persona que Bill Burton había salido herido en un accidente del Subway y que, antes de ser llevado en ambulancia, había insistido en que alguien tuviera la bondad de avisarle a su amigo Sam and his lovely bride. Sin embargo, el bombero no supo decir a qué clínica se lo habían llevado ni qué tan graves eran sus heridas. Pensar que Sam estuvo por unos segundos dispuesto incluso a posponer el matrimonio y que, pasados ya varios años, Nancy siguiera intolerándose e inconformándose con el recurrente pretexto o excusa de que se aparecía Bill Burton –ante Sam y nadie más—como salido right out of the blue justo cuando ella ya había preparado una cena especial o se había hecho a la idea de que podrían ir al cine o ambos habían acordado invitar a sus amigos los Mertz o la pareja de recién casados que vivían en el departamento de abajo.

Desde luego, but of course, que Weinstein tenía otros amigos. Junto con Nancy se podría decir que con los Mertz completaban un cuarteto imbatible en cualquier boliche de Manhattan y todos podríamos jurar que la relación que sostuvo Sam Weinstein con muchos de sus compañeros en la revista literaria, hasta el día exacto de su jubilación, era de amistad íntima y camaradería a toda prueba y, sin embargo, quizá sobra decirlo, hubo más de una noche a punto de dormirse o durante el trayecto en taxi de regreso a casa, y luego de una velada agradable con los otros amigos, en que Weinstein volteaba hacia Nancy y le soltaba –quizá más despacio que cuando lo decía de joven—aquello de que You may still think true friendship is a lie. But then, you’ve never met Bill Burton.

To make a long story short o vámonos que nos vamos y a lo que vamos: Bill Burton, aunque un invento cómodo y multicitado ya no sólo por Sam Weinstein, sino por todos quienes entraban a su entorno, llegó a convertirse en un mito convencional y predecible. Todo mundo que tuviese algo que ver con Weinstein ya sabía que Burton era quizá el mejor de los amigos posibles, pero imposible de conocerse en persona. Siempre que pasaba por Nueva York era con prisa, apenas con el tiempo justo y medido para verse con Weinstein. Una copa fugaz al filo de una larga barra de bar, un café sin muchas interrupciones en mesitas al paso, pero jamás el espacio de tiempo suficiente como para acompañar a Sam a casa, conocer finalmente a su familia, esposa o, incluso al pequeño Baruj, que nació en 1946 y a cuya circuncisión todo el clan Weinstein instó e insistió a Sam para que asegurara la presencia de Bill Burton, aunque todos supieran de antemano que ese día tampoco se aparecería el más que famoso, ya misterioso, true friend of mine.

En realidad, la historia concluye en donde comienza. Samuel Weinstein llegó a convertirse en editor de la revista Manhattan Letters y asumiría su próxima jubilación con resignada serenidad y diversas satisfacciones si no fuera por el hecho de haber vivido lo que algunos consideran una epifanía: la tarde del 27 de septiembre de 1966 entró a la oficina de Weinstein un hombre de complexión atlética, estatura al filo del quicio de la puerta, impecablemente vestido en un blazer inmaculado. Se sentó en el sillón de cuero verde, esquinado en la oficina de Weinstein al filo de la ventana que mostraba como pintura el paisaje entrañable de Manhattan, prendió un cigarro y entre la primera nube de humo, dijo como un susurro: “I’m Bill Burton”.

Tras un silencio instantáneo, Weinstein empezó a sudar con tartamudeos…Who let you in?… What are you doing here?…Who are you?.. This just can’t be… Why is your name Bill Burton? Y el hombre, cruzando la pierna derecha, retrajo su mirada de la ventana y viendo directamente a los ojos de Weinstein, contestó: You tell me.

 


 

*Este cuento aparecerá en las páginas de la revista NewYorker durante el año 2011 y ha sido incluido en la antología bilingüe de cuentos mexicanos contemporáneos: “Best of Contemporary Mexican Fiction”. Álvaro Uribe, editor; Olivia Sears, Translation Editor, Dalkey Archive Press, Champaign and London, 2009.

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