Frente a la casa donde vivía Marie Luise Kaschnitz, en el número 8 de la calle Wiesenau de la ciudad de Fráncfort, hay un viejo sauce llorón. Cuando sopla el viento, el árbol se inclina hacia la ventana del frente y le susurra al oído, a aquel que quiera oírlo, historias de la célebre habitante de la casa. Siempre que paso por delante de este sauce, pienso en "La niña gorda", el breve relato triste y tierno de Kaschnitz. Es que de algún modo creo que este sauce llorón tiene algo que ver con la "niña gorda". Ese ser peculiar, con los "ojos claros del color del agua", que durante las tormentas se queda en la cama y que nunca se anima a saltar de cabeza. Que es despreciada por todos, que concentra toda la antipatía, y que un día de invierno se hunde, desafiante, en el lago helado. En el instante de la muerte pierde de pronto todo su miedo, esta niña gorda, se libera y se lanza a descubrir "toda la vida incandescente". Cuando paso por la Wiesenau, me imagino a Kaschnitz, poco antes de ponerse a escribir, parada frente a la ventana abierta, susurrándole su historia en primer lugar a las hojas del sauce llorón. Imagino que el viejo sauce asintió y le dio a entender que comprendía a quién aludía en realidad con esa "niña gorda". Que era un autorretrato, una auto publicidad. Y veo cómo Kaschnitz cerró luego la ventana, inspirada, acomodó la máquina de escribir y empezó a escribir...