El mundo, al igual que nosotros, se encuentra englobado por la lengua, es decir ordenado, disciplinado, domesticado. La percepción y la experiencia están dominadas por la lengua, una lengua que no nos pertenece. Pero “la capacidad de expresión lingüística," dice Michael Lentz "es limitada”. ¿Existe eso: una confianza en el escepticismo respecto a la lengua? Lentz empezó con poemas y breves textos en prosa. Son escritos determinados por el esfuerzo puesto en condensar la sobreoferta de signos lingüísticos con el objetivo de acercarse de manera tentativa a lo indecible de las cosas. A eso se lo llama habitualmente “experimental”. Con el relato “Muerte materna”, Michael Lentz alcanzó en 2001 por primera vez un público amplio. “Muerte materna” es un relato que trata de hallar, con suma precisión, el orden en el caos de una pérdida, cosa que no consigue y que tampoco se puede conseguir. “Muerte materna” cuenta, de manera crudamente autobiográfica, la muerte de la madre. Pero creer en esto es hacérsela demasiado fácil. Los hallazgos lingüísticos que se componen generan una nueva realidad, que no es inventada. La realidad sirve de material, y el texto así generado no reproduce, sino que media entre los planos. Se produce una dependencia entre la literatura y la vida que termina resultando forzosa. Al poner en duda la inventiva y la imaginación, la causalidad y la cronología, la lengua y todo orden convencional, el recuerdo se transforma en experimento. Ese recuerdo no se clasifica y no se archiva, sino que permanece inaccesible, es decir, doloroso. “Muerte materna” retiene la muerte de la madre, la mantiene, por así decirlo, con vida, confiriéndole por última vez – como indicio de lo inalcanzable – una voz.