“Ptosis” anuncia su extrañeza desde el título, un tecnicismo que designa el descenso anormal del párpado superior, y explora el contacto de un defecto físico con una obsesión. Ambientado en un París fantasmagórico y narrado por un “fotógrafo médico especializado en oftalmología”, el cuento podría definirse como una historia de amor, aunque su atmósfera recuerda también la del género gótico. Al fotógrafo le fascinan los párpados, y nunca se cansa de observar esa parte de las caras en la multitud. Cuando una joven atractiva llega a su estudio para fotografiarse antes de que corrijan su ptosis, “esos tres milímetros suplementarios de párpado” le resultan al que la mira dueños de una “voluptuosidad desquiciante”. El hombre le advierte a la chica que los resultados de la operación “nunca son perfectos” y, secretamente, agrega que la mejoría puede cambiar “por completo un rostro, su expresión, su gesto permanente”, para revelar “algo abominable”. Eliminada la anomalía, parece decir, aflora una regularidad siniestra. Nettel no elude ese tipo de freudismos, pero tampoco los hace explícitos. Su escritura es esencialmente alusiva, y su prosa rara vez se deja embargar por la emoción de lo que cuenta. Hasta el lenguaje figurado es discreto: el pelo de la protagonista parece “una extensión de la lluvia”; una notas de música se oyen “como si emergieran del río”. Estas metáforas o comparaciones, que registran no tanto similitudes realmente observadas en el mundo como impresiones difusas, demuestran también lo alerta que está Nettel a la interacción de lo físico con lo psicológico. Sus cuentos sugieren que esa relación nunca es fácil. En el universo de “Ptósis”, es de hecho complejísima. Tres milímetros de carne inspiran una pasión esencialmente perturbadora. ¿Y si el amor fuese la forma más extrema del fetichismo?