A simple vista: un cuento sencillo escrito con oraciones cortas; un acontecimiento casual y aparentemente emocionante en el que hay un encuentro con una celebridad, con la vaga esperanza de algo que quizás podría convertirse en una aventura, pero que finalmente es abandonada en aras de vivir una vida burguesa. Y entonces, en forma imprevista, la bofetada asestada por el tiempo fugaz: que todo es básicamente enfermizo y triste. El amor no está donde podría haber estado; y allí donde el amor es imposible, quizás exista su ilusión. Pero ya es demasiado tarde; todo es demasiado tarde. Todo lo que parece limpio e inocente es un precio muy caro que se cristaliza en la sensación de oportunidad perdida.
La sensación de oportunidad perdida es el nudo gordiano que la vida ata contra aquellos que pretenden evitarla, contra quienes la viven con simplicidad práctica. Algo así como: tu amor no existe, quizás nunca ha existido, y seguramente no volverá a existir jamás. En la obra de July, las mujeres y los hombres se ven envueltos en situaciones extremas, se retuercen hacia y dentro de éstas, y parecieran obedecer a un destino que se ha alzado contra ellos –los fragmentos de luz que penetran en los espacios de los acontecimientos, crean manchas de quemaduras sangrientas, o se convierten en cicatrices cuya presencia es fea. Miranda July hace que sus protagonistas experimenten relaciones sexuales bizarras e insólitas, les confiere momentos de gracia y de horror, y sin embargo ella logra que nosotros sintamos que su movimiento en el espacio es similar al nuestro: que también ellos están movidos por el anhelo de vinculación, de entendimiento y de intimidad, y en esto radica la magia de su escritura.